Despertar
Mi canción de cada día
se compone de silencios,
"pellizcatos" y mordientes
de colores diferentes.
Me levanto en sol mayor,
la alegría de la huerta,
y al instante está a mi puerta
la nostalgia de un bemol.
Suena ronco el gran trombón,
salta alegre la ocarina
y si metes el fagot
te sorprende la bocina
con la banda de metales.
¡Esta orquesta desafina!
Por el sur hay vendavales,
por el norte, en la cabeza,
sale espuma de cerveza
que te empaña los cristales.
Y al final, sin la batuta,
sólo el pífaro se inmuta
y se enfrenta a los timbales
con sus golpes infernales.
Mi canción de cada día
es un silencio tras otro,
con la suave melodía
de los rebuznos de un potro.
viernes, 14 de noviembre de 2014 a las 17:40
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Ensueño...
Con mi frente arrugada
que hiere el viento,
con mis manos de hueso,
duros sarmientos,
te dibujo en mi mente,
plasmo el boceto.
No eres alta ni baja;
sólo dos líneas
que se cruzan sin verse,
luego declinas.
Con tu forma de zeta
te discriminas
entre tantas y cuantas:
sola caminas.
Ocho veces has vuelto
sobre tus pasos,
quise verte un instante.
Nuevos fracasos
cada vez que lo intentas.
¡Eres un caso!
Por mi frente dormida,
con mis ojos cansados,
no se ve la mañana.
Te vislumbro un minuto
y te vas en segundos.
¡Porque tú no eres nada!
jueves, 06 de noviembre de 2014 a las 17:20
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Tijeras, navajas o viceversa
 El pasado fin de semana, finde o wikend (hebdómada pretérita), nos reunimos en consejo regulador los Caballeros de la Orden de la Tijera y la Navaja. Lana alta es la del lomo, limpia y reluciente, que puede ir directamente a la rueca para que las Hilanderas de Velázquez puedan tejer el Toisson de Oro que caga el moro. Lana baja es la que va en el vientre de la oveja, productora habitual del producto, sucia y rastrera por ir barriendo todo cuanto encuentra a su paso, que más se parece al mercado de Villacastín del Casto después de levantar campamento los emigrados de Saturno, que para regresar a su tierra se ponen en fila y van pasando a la nave sin saltarse el turno.
Como íbamos diciendo antes de tropezar con las ovejas trashumantes en la plaza de Agustínqueteveo, nos reunimos en el castillo de la Castilleja los Caballeros de a pie de la Navaltijera. A mediados de otoño sólo falta mes y medio para el invierno. Ni Perogrullo podría decirlo mejor. En ese tiempo los árboles preñados que parieron buenos frutos están con unos michelines que te partes de risa al verlos. Por eso es conveniente darles un repasito para que se recuperen en sus salones durante el invierno y puedan así lucir el tipo cuando la tonta comience a subir por sus venas. ¡Se dice savia, que no tiene nada que ver con la otra!
En la Castilleja, al lado de Torrevieja para no desentonar por la edad, nos juntamos treinta y siete tijereteros y veinte y tres navajeros, sumando un total de sesenta profesionales del corte y alguna que otra azafatilla camuflada que se coló por algún enchufe. Empezamos por la comida, como es costumbre pala-ciega. Los primeros platos, tal vez los preferidos por la mayoría, consistían en langostas con miel silvestre traídas de los lejanos bosques cedrinos de los montes de Ararat, donde Noé embarrancó su Costa Concordia, obligado por su mujer cuando vio aquellos prados en donde podría tender la colada, que se le estaba pudriendo la ropa con tanta humedad como tenía en el camarote del paquebote. Se sirvieron los mejores vinos, unos blancos, otros tintos y algún que otro clarete por darles a todos alguna oportunidad de lucirse. También se sirvió aguardiente y licores varios de yerbas aromáticas, que armonizaron el ambiente con el suave matiz de sus perfumes. Precisamente fue ese día cuando tuve la ocasión de probar por primera vez un licor hecho con hierbas blancas, con las que en Venezuela pintan las rayas de las cebras en los pasos de peatones por ese brillo especial que ponen en los ojos y te ayudan a pasar al otro lado feliz y seguro. ¡Sea todo por salir del paso!
Llegada su hora, el Gran Maestre de la Tripa Enchente, casi invisible por el humo de los petardos acumulado sobre las cabezas de los asistentes, le da una chupada profunda a la azafatilla que le ofrecía la pipa, y habla ex cátedra, una silla del Alcampo medio rota que alguien había sacado de detrás de un armario lleno de armaduras viejas:
- ¡Hermanos, os he convocado hoy aquí porque, al igual que mi primo el indio habla con los pajaritos, yo lo hago, ¡y a mucha honra!, con los árboles del bosque! El mensaje que me transmitieron es que necesitan un rapado de melena y unos cuantos remiendos nuevos para mejorar sus frutos. Lo que se hace en estos casos es podarlos e injertarlos. ¿Queréis ayudarme en esta tarea?
- ¡¡Sí, queremos!!- responden todos a una como en tiempos de Ovejuna.
- ¿Entonces injertamos..?
- ¡¡Injertemos!!
- ¿Podamos..?
- ¡¡Podemos!!
- Pero mirad que las cosas hay que hacerlas bien porque son muchos los caballeros de otras Órdenes los que saben tratar árboles a machetazos y no nos está permitido ser menos que ellos...
- ¡¡¡Injertemos y podemos que mañana beberemos!!!
- ¡Bien, así os quiero ver! Injertemos cuanto árbol dé mal fruto, podemos el olivo, podemos las vides, podemos todas esas melenas desmelenadas y descompuestas que tanto afean nuestro bosque, y, ya puestos a podar, chapodemos toda yerba estéril que crezca en nuestro bosque de las delicias venideras..!
- ¡¡¡Así sea!!!,
respondía a coro
toda la asamblea...
De lo que pasó después malamente puedo dar fe porque aparecí debajo de una mesa haciendo manitas con un dinosaurio del Jurásico superior, que para colmo hablaba con eco y no se le entendía nada...
- Porque hablaba en sueco, merluzo.
- ¡Ah!
martes, 04 de noviembre de 2014 a las 9:04
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Por confusión
Hoy, 31 de octubre, viernes para más claridad (aunque está el día oscuro) me ha sucedido algo tan maravilloso como haber nacido en Terroso. Tenía que hacer algunos deberes por la mañana para colaborar en la estabilidad de la casa familiar, que por algo te comprometes en la vida. Tenía que ir al banco a cobrar la pensión, pequeña, pero segura (al menos de momento), recoger el pan nuestro de cada día (una baguette de 50 céntimos), pasar por la farmacia a comprar unos ungüentos para suavizar las heridas de Lázaro, limpiar la casa, hacer la comida... e t c e t c...
Pero resulta que me dejé la documentación en casa, imprescindible para no ser un impresentable. Abro la puerta, voy a la habitación y... ¡oh sorpresa! Sobre la cama estaban los cuartos de la pensión, las cremas de Lázaro, la casa olía a legía con lavanda y... al ir a la cocina allí estaba cocinando para mi. ¡¡Cocinando para mi, aleluya!! ¡Era el Iglesias, que se había dignado a servir de recadero incondicional en un día de muerte para el mes de octubre! Hasta se había recogido la melena por si algún pelo se salía de madre y aparecía después en la tortilla enrollado al embrión de un huevo estéril de la gallina Cabronata. Feliz y entusiasmado me acerco a él para darle un abrazo y... ¡oh sorpresa de nuevo! no era él. Sólo era Barxa Iglesias en su vulgar cocina friendo unos pimentitos de temporada, unas alitas de pollo con cebolla y preparando una ensalada de tomates-pera enanos que saben a consola... Decepcionado me di con la cabeza contra la pared y así he estado toda la mañana, en silencio sepulcral. Cristianos, por favor, no os confundáis de iglesia para no veros entrando en el Limbo de los tontos...
viernes, 31 de octubre de 2014 a las 15:29
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