Galicia, al pie de Monterrey. Mijós:
Galicia, al pie de Monterrey. Mijós: Mijós (Mixós), 4 de septiembre de 1929. Mijós, lugar humilde. Busco una tercera perspectiva de Galicia en Mon¬terrey; pero no desde el castillo, donde paisaje, arte e historia, como «cock-tail» demasiado fuerte para mi, se me suben a la cabeza, sino desde la escuelita de Mijós, aldea pobre. Llueve alegremente. Cae agua a chorros por todos los canales, por todos los ale¬ros. Es la buena ducha democrática, que viene a refrescarnos las ideas y a limpiar el aire de estas ca¬llejas, urbanizadas con pedruscos y estiércol. Nunca fue nada Mijós, albergue de pecheros, junto a la so¬berbia del castillo de Monterrey. Pero, como vere¬mos, Mijós vive, siquiera viva mal, y el castillo de Monterrey, no. Monterrey está muerto. Hemos su¬bido desde Verín, a quien hoy sirve de ornato y cu¬riosidad decorativa. Junto a la rampa, cuatro casas. Los cañones verdes del fuerte, cegados de tierra y hartos de amenazar a Portugal, parecen troncos en¬raizados que cualquier día echarán hoja. Son lo más moderno y lo más envejecido que hay en Mon¬terrey. Porque la torre señorial se mantiene mila¬grosamente erguida, y la iglesia románica de Santa María de Gracia luce como cuando era niña. Para entrar al pórtico hay antes un foso enrejado, con barrotes que se distancian mucho. Sin esa precau¬ción, pasarían más los cerdos que los fieles. En el muro, junto al risueño pórtico, labrado de encajes ingenuos como el festón de una camisa de novia al¬deana, está la medida de la vara, que sirvió en los mercados de esta feligresía y en todo Monterrey. Dentro, las pinturas y el culto como una tradición viva. Todo lo demás va fundiéndose, abandonado. Allí hubo también, como en El Cebrero -y como en Santiago-, un hospital de peregrinos para los que llegaban enfermos por la Portilla de la Canda, por el camino de Benavente y Sanabria de Orense. Quedan paredones. Otro pórtico, bellísimo, y el claustro. Toda la vida que conservan es para poner en peligro la de sus visitantes. A veces, una gran piedra se mueve. Un arco se desploma. Una dovela queda en el aire, amenazándonos. Si es todavía la ira de D. Gapar de Zúñiga, el fundador, déjenos vivir a nosotros y vaya a pedirle cuentas al duque de Alba, su último heredero.
Faltó la piedad. Faltó el verdadero señorío. Faltó más tarde el interés. Cuando el condado de Monte¬rrey fué sólo un título, acaso unas rentas -no lo sé-, el castillo se convirtió en fortaleza fronteriza de España contra Portugal. Cuando ya no tuvo esa aplicación, salieron de Monterrey los funcionarios, los soldados, y quedaron solos con el fantasma el cura, el sacristán y las cuatro familias que no qui¬sieron emigrar. Crecieron con sus despojos Verín y Castrelo del Valle. Arrinconado, aplastado, más pobre que nunca, Mijós no pudo librarse de servi¬dumbres. Siguió en régimen de vasallaje. Tal como yo lo vi, en aquella tierra blanda, trabajada con tanto afán, ofrece el cuadro desconcertante e inex¬picable de una aldea de sierra o de estepa desértica enclavada en uno de los valles más fértiles de Gali¬cia. Huertos y sembrados. Grandes tapices de pra¬dería con retazos de distinto verdor, por donde se descubre cada propiedad. El Támega, por si no bas¬taron las lluvias y las nieblas. A lo lejos, en bosca¬jes de mucha fronda, castañares y álamos apretados, como en rebaño, que dan al país aspecto noble de riqueza y dignidad. ¿Cuántas familias podrá haber en el caserío? ¿Serán cincuenta? ¿Sesenta? Ponga¬mos ciento con las otras que viven esparcidas en el campo. Para mucho más da la tierra, no habiendo diezmos ni tributos al castillo de Monterrey. Cerca está el camino de Orense, por Ginzo de Limia y Allariz...
Sin embargo, el pueblo vive pobremente. Tiene una escuelita mixta, servida por maestra, una de esas escuelitas inolvidables, donde lo de menos es el techo de cañizo, o las bancas míseras, o los agu¬jeros del solado. Donde lo importante es el mundo primitivo y remoto, el pequeño mundo inocente, que nos ve llegar como si viniéramos de otro pla¬neta. De un planeta que no fala galego. Entiéndase bien, que a eso voy: de un planeta habitado por «se¬ñores». Pequeño mundo que camina descalzo y no le importa, que vive de «caldo» con «unto», que va a la escuela de doña Blanca porque es buena y sabe hablarles en su lengua, que ha nacido para el campo, para la vaca, para el trabajo, para la emigarción... Mundo inferior que desde la niñez siente -yo lo leo en sus ojos- la conciencia, o, si queréis, el ins¬tinto, de su inferioridad. ¡Tantas veneraciones, tantos siglos dominados por este castillo, por aque¬lla iglesia o por cualquier especie de poder esquil¬mante y opresor, de esos que consideran como pri¬mera virtud del siervo la lealtad! La escuelita de Mijós tiene una solana que parece la borda de un navío y está toda ella escorada a babor. Si se les cae a los muchachos una bola del «guá», rueda y salta por la solana. El agua del diluvio que ahora está cayendo entra por el corredor y escurre para fuera. Es, por lo menos, fácil de baldear la escuela de doña Blanca Sanz y fácil también de dirigir para quien no venga de otras tierras, porque los peque¬ños son dóciles y los grandes desertan y ya no dan guerra. Al salir veo tendidos bajo la solana tres o cuatro chiquillos, rotos y descalzos también. «¿por qué no van éstos con doña Blanca?» «No son del pueblo -me dicen-, son de unos caldereros gi¬tanos que están de paso». ¡Mala vista, me reprocho a mí mismo; ¿cómo no los he conocido?
Y esto sería todo, si no debiera agregar aquí que Mijós, a pesar de su aspecto humilde, tiene abo¬lengo más antiguo que los condes de Monterrey. En la iglesia, anterior a la del castillo, ejemplar cu¬rioso de traza románica con factura mozárabe, hay unas aras romanas que vienen a estudiar los ar¬queólogos y unas pinturas medievales bizantinas que yo entreví lo que dura un fósforo. Creo, sin embargo, que con romanos, godos o árabes, con Monterrey o con quien fuere, Mijós no ha dispuesto nunca de sus propios bienes y ha variado poco en veinte siglos. Ref. http://www.quadernsdigitals.net/datos_web/biblioteca/l_975/enLinea/3.htm (4 de septiembre de 1929) Galicia, al pie de Monterrey
Mixós (Monterrei- Ourense) "La iglesia prerrománica de Santa María de Mixós", en Boletín Auriense, Ano II, T.2, pp.75-110, Ourense, 1972. El artículo es de Letras Galegas.
miércoles, 16 de julio de 2008 a las 12:48
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