Ponte Maceira
Cruzado por el Río Tambre y entre los concellos de Negreira y Ames (A Coruña, Galicia), aunque la pequeña población de Ponte Maceira pertenece a Negreira, se encuentra un gran puente de piedra, también llamado "a Ponte Vella", de orígenes romanos. Sobre los antiguos pilares fue construido otro puente entre los siglos XIII-XIV que después, en el siglo XVIII, fue nuevamente reformado. Consta de un arco central con bóveda ojival, cinco arcos de sillería y otros dos de pequeño tamaño. El pazo situado a orillas de este río, recibe el nombre de Pazo de Baladrón y fue construido entre los años 1945 y 1955.
jueves, 10 de octubre de 2013 a las 12:54
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Entre Ponte Maceira y Vilacerío
 Descubrir Galicia es toda una aventura. Para conocerla hay que sumergirse entre sus gentes, sus caseríos. En definitiva, su forma de ser y el día a día. Todavía recuerdo aquella primera vez en la que bajaba del avión en el aeropuerto de Lavacoya, en Santiago de Compostela. Era una tarde lluviosa de julio, como no podía ser de otra forma en esta preciosa tierra.
Lo mío fue llegar y enamorarme de su paisaje, su aire, su lluvia, su sol, su olor, sus gentes. Todo. Y todavía sigo enamorado de Galicia. Creo que siempre lo estaré porque allí aprendí muchas cosas. Entre otras, a valorar hasta el más mínimo detalle, a escuchar antes de hablar.
Desde Ponte Maceira a Vilacerío hay unos 20 kilómetros. ¡Qué distancia tan llena de aventuras, de amores, de desamores, de metáforas!
En dos años fui ocho veces. Los 852 kilómetros que separan mi Navarra nativa de mi Galicia adoptiva no eran obstáculo para ir una y otra vez a disfrutar de todo aquello.
Ponte Maceira es uno de los lugares más preciosos que he visto en mi vida. Por allí pasa, cómo no, el rió Tangre. Pasa presumiendo de su belleza cristalina, como sonriendo ante quien le observa atento embobado por la inmensidad del valle por el que discurre. Es un lugar tranquilo, de paz, de reflexión profunda... de mil sentimientos.
Pocos kilómetros más allá está Negreira, una localidad que sin ser muy grande, tiene más de 7.000 habitantes repartidos por las diferentes aldeas, entre ellas Vilacerío.
Pero hablemos primero de Negreira. En este pueblo he vivido otras muchas sensaciones difíciles de explicar. Es todo tan especial allí. De día es como cualquier otro pueblo. De noche se transforma por completo, sobre todo la noche del viernes. Me agradaba mucho sentir su lluvia o esa frescura que estaba y está envuelta en el rocío o rosada, como decimos aquí en la Ribera de Navarra. Me gustaba sentirla en mi rostro cuando los amigos íbamos de un pub a otro para disfrutar de la fiesta hasta que amanecía. Para entonces ya habíamos dado cuanrenta mil vueltas por la cervecería La Xarra, la discoteca La Bamba, el 600 y otros muchos bares de Negreira.
La gente sabe acogerte si te integras. Pronto formas parte de ellos, pero tienes que seguir sus reglas, de lo contrario, lo tienes complicado. Pero descubrir sus costumbres y su forma de ser es una aventura inolvidable. Se aprende mucho porque las formas de comportamiento cambian de una zona a otra.
En Negreira tengo grandes amig@s. Echo mucho de menos a Julián y su moza, que regentan la cervecería La Xarra, añoro a las gemelas, a Gerardo, a Xavi, Pablo, Sonia, Clara... Ay Clara, Clara...
A 12 kilómetros de Negreira está Vilacerío, una aldea donde, sin lugar a dudas, tengo la sensación de haber vivido siempre. Allí viven mis segundos padres. Mis padres de adopción; la familia Couso Griye. Andrés y Selvita son los padres de mis amigos José, Iván, Marcos y Orlandiño. Este último mi ojito derecho. Y también el izquierdo. En este retrato familiar no podía faltar la abuela y ésta no es otra que María, mi abuela adoptiva.
Ya hace un año y medio que no los veo. Y sufro por ello. Sufro porque la distancia dicen que es traicionera y también hay quienes aseguran que con el tiempo o se borra o se pudre todo. Yo quiero luchar por mantener frescos todos y cada uno de mis recuerdos.
Tengo motivos para ello. Allí me han dado mucho amor. Un gran calor humano. Yo era y creo que soy uno más de la familia. Los olores de esa casa, esas cuadras de vacas, esa ladera... soy incapaz de olvidarlas. Me resisto a perderlas de mis cinco sentidos.
Aquellos desayunos, comidas, cenas y tertulias resultaban tremendamente enriquecedoras. Eran toda una terapia.
En Ponte Maceira, Negreira y Vilacerío se ha quedado parte de mí y me siento a caballo entre Navarra y Galicia. Y me resulta imposible elegir. ¿Sabéis qué os digo? Que pronto volveré, muy pronto. Quiero regresar al mundo de las sensaciones que despiertan todos y cada uno de mis mejores instintos humanos. Un mundo, mi mundo, el mundo de ellos, que quiero que sea el mío.
Raúl Belío
lunes, 09 de febrero de 2004 a las 0:00
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