Cerceda y sus aldeas, otra forma de vida
Recuerdo que era un domingo de la Semana Santa de 2002 cuando "aterricé" por primera vez en esta localidad. No sabía nada de ella, de sus gentes, de su día a día, de su aire, de su paisaje... Era domingo y todo estaba tranquilo. Muy tranquilo. Había quedado con mi amigi Oscar para comer en su aldea, pero antes íbamos a tomar vermout con su padre y su cuñado. Aquello era un remando de paz. En el ambiente había algo distinto.
Cuando íbamos de un bar a otro la gente me miraba extrañada. Es lógico. Al fin y al cabo era un forastero y es posible que se preguntaran ¿quién será? ¿Qué hace aquí?
Pasadas las dos de la tarde fuimos a la aldea de Oscar para comer. Es curioso descubrir por primera vez cómo se desarrolla la vida en estos lugares. Son casas o caseríos aislados de las poblaciones y, sin embargo, disponen de todos los servicios; agua corriente, luz, teléfono.
Cuando llegas a una aldea enseguida se impregna por todo tu cuerpo, y sobre todo en el sentido olfativo, esa mezcla de olores naturales del paisaje y, cómo no, de las cuadras que existen en la mayoría de estos caseríos. Al fin y al cabo estas personas subsisten en buena medida de los recursos económicos que obtienen de la crianza de ganado vacuno para ordeñar y vender la leche.
Los sistemas de explotación del ganado vacuno no tienen, precisamente, una avanzada tecnología, pero ahí radica la importancia de la labor artesanal que todavía perdura en la elaboración o crianza casera de las vacas para que aporten una lecha sana y natural.
Me encantaba esa mezcla de olores, aunque mis amigos se esforzaban por evitar que los captara. Yo me esforzaba en decirles que nadie tiene el derecho a hacer ascos a algo que es el origen de unos productos que después consumen en sus casas. Todos y cada uno de nosotros somos importantes en lo nuestro. Y que no quepa la menor duda que los ganaderos realizan una función esencial dentro de la cadena.
Oscar me presentó a sus padres, hermanas y cuñados. Todos nos sentamos junto a una gran mesa para dar cuenta de una exquisita comida. ¡Garbanzos con callos de Galicia! En mi vida había comido algo tan rico y con tantas calorías. Este plato es lo que más me impactó y muchas veces le digo a Oscar, a través del teléfono, que tengo ganas de volver a Galicia para degustar ese guiso.
Y si rico rico resultó este manjar, no lo fue menos la experiencia de sentarse en la misma mesa con estas gentes aldeanas, pero tremendamente ricas de espíritu y de humanidad. Resulta curioso comprobar cómo te miran, cómo te escuchan y cuánto quieren saber de tí antes de decirte nada sobre ellos.
El gallego es inteligente por naturaleza. Es fantástico meterte en su mundo porque se aprenden multitud de experiencias. "El gallego es un ser que ha sido castigado injustamente por su propio sistema. Galicia tiene muchas posibilidades pero hay que saber explotarlas". Este es el comentario que más escuchaba entre mis amigos. Y es que los gallegos, en cierta medida, se sienten marginados por los políticos. Por eso se han convertido en los inmigrantes españoles másconocidos en todo el mundo.
El gallego ha aprendido de sus propias experiencias. La mayoría, en su juventud, abandonó su casa, sus tierras, su familia, para conocer otro mundo donde conseguir mayores recursos económicos con los que regresar para formar su familia. Los gallegos son un ejemplo de lucha pero, sobre todo, de amitad.
Yo no nací en Galicia, pero estoy profundamente enamorado de esta tierra y, sinceramente, creo que siempre lo estaré.
Raúl Belío
jueves, 19 de febrero de 2004 a las 0:00
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