INTEVIU: El Tio Alberto, personaje del año.
La revista Interviú publica un amplio reportaje sobre el Tio Alberto, último habitante de la Soria, junto a La Ramallosa.
Incluimos el vínculo directo en la Sección de "Enlaces" de Valverde y reproducimos aqui parte del contenido del artículo debido a su interés local:
El último colono
" Es el último superviviente de una especie en extinción, de hombres del medio rural acostumbrados al frío del invierno y al calor del verano, a la intemperie y la sobriedad del campo extremeño. Todos sus vecinos se fueron. El tío Alberto es ahora el único habitante de El Caserío de La Soria.
13/11/06
Vino al mundo un frío día de San Andrés de 1920, en el seno de una familia portuguesa dedicada a las labores del campo como jornaleros. Alberto Carrero Sigano, el tío Alberto, como lo conocen en la zona, es uno de los personajes más peculiares de su pueblo, Valverde del Fresno (Cáceres), de su comarca, la sierra de Gata, e incluso de toda Extremadura. Los años y la experiencia le han proporcionado una dura costra, mucha ironía, no poca filosofía y algunas excentricidades con las que vivir su vida de campesino anacoreta.
El tío Alberto fue el tercer varón de ocho hermanos y eso lo libró de hacer el servicio militar, porque sus padres lo reclamaron para ayudar en casa. Así que Alberto conoció sólo de lejos la Guerra Civil, en la que mataron a todos los alcaldes porque eran los representantes de los pueblos, explica. Y nunca supo de la llegada del hombre a la Luna o de la caída del muro de Berlín, porque allí donde vive no llega la luz, ni el agua corriente, ni el gas natural, entre otras modernidades; tampoco tiene televisión ni radio, porque para ver y oír las mentiras que dicen es mejor no tener nada, aunque cuando cuentan desgracias son ciertas, sentencia el tío Alberto. Pasó su juventud sembrando las cuatro semillas, centeno, trigo, avena y cebada, y arando los campos propios y ajenos con yuntas de bueyes y mulas, y atendiendo a la gente que venía hasta el caserío para cambiar las herraduras de sus animales. Nunca se casó porque una mujer me quitaría la libertad de ir y venir y estar a mi aire, asegura muy serio. El tío Alberto se quedó siempre en el pequeño caserío a vivir junto con su madre y otras cuatro familias. Hace 30 años su madre falleció y Alberto continuó anclado al caserío junto con su vecina, la tía Cartola, que dejó de hacerle compañía hace unos años, cuando se trasladó al pueblo.
La huida de tía Cartola coincidió con el despegue del turismo rural en la zona. A unos cuatro kilómetros levantaron una casa rural, La Ramallosa, y desde entonces recibe alguna que otra visita de turistas que acuden a conversar con él y escuchar sus ancestrales consejos sobre cómo caminar por senderos oscuros sin linterna, porque de noche los ojos se acostumbran a ver pronto, y la luz sólo sirve para ver donde alumbra y para que te den un palo sin que te enteres, advierte, o aprender a llevar tres agujas enhebradas con hilo blanco, gris y negro en su sempiterno sombrero, que resultan muy útiles cuando se desgarran los pantalones, añade. Se diría que tío Alberto lo sabe todo, aunque desconozca que muy cerca de donde vive se encuentran las ruinas del poblado de Salvaleón nada que ver con la localidad pacense del mismo nombre, un pueblo fundado por colonizadores romanos que quedó desierto hace 400 años.
A veces el anciano protagoniza sonoras anécdotas con las visitas, como ocurrió con dos ejecutivas de una multinacional norteamericana de ordenadores que le ofrecieron una gominola con aspecto de mora. Cuando tío Alberto se la metió en la boca pensando que se comía una mora de verdad la escupió sin recato acompañada de un nada diplomático comentario: ¡Puta goma!.
Siempre caminando
Tío Alberto no necesita de las bondades del mundo moderno, como un coche. Cuando precisa un traje nuevo, va al sastre, caminando, o a hacer la compra, caminando, o al médico, caminando, porque está de pie desde hace 86 años, y porque Valverde del Fresno, el pueblo más cercano, está a 16 kilómetros, y Navafrías, donde vive su sastre, a sólo 34 kilómetros, y con la sierra de Gata (1.592 metros de altura máxima) en medio. Como Tío Alberto tiene mucho tiempo libre, un día va a probarse y otro a recoger el traje de pana que haya encargado. Pero desde que sufrió un desmayo ya no hace con tanta frecuencia estos viajes. Entonces a tío Alberto le diagnosticaron hipertensión y dejó el café y la Fanta de naranja, su lujo más destacado, como atestiguan las centenares de botellas de plástico vacías depositadas al fondo de su salón comedor o de lo que queda de él, porque hace seis años se cayó el medianil de la casa donde vivía. Tío Alberto no se amilanó entonces ni pensó en trasladarse al pueblo, sino que meditó con espíritu práctico. Se instaló con un colchón, que nunca utilizó a no ser de cabecero, y una decena de mantas en una cuadra abandonada y construyó allí su dormitorio. No hay váter a la vista. De aquí hasta la raya con Portugal, mira si tengo baño, dice señalando al monte.
El último colono nunca se complica la vida. Tuvo una vez un cerdo, que llegó a pesar 40 arrobas (460 kilos), y se murió de viejo ante la imposibilidad de llevarlo a la matanza. Es que no lo capamos nunca y luego no había quien se arrimase, explica. Como no había manera de mover aquello, lo cubrió con cal viva y tierra y donde había caído recibió sepultura.
El tío Alberto es comprador compulsivo y sabe los precios de todas sus pertenencias en euros, o ebros, como él dice. Así enseña orgulloso las seis mantas que compró a un gitano por 30 ebros y una sartén que nunca ha usado por 39 ebros. Y se queja de que el taxi que tuvo que coger una vez para operarse de una catarata en el hospital de Coria le costó 20 euros. No recuerda el precio exacto de las 42 gallinas que compró hace años, aunque ahora le quedan apenas nueve, porque la zorra viene de vez en cuando y se lleva alguna, explica sin signos de preocupación.
Todos los martes por la mañana acude a por el pan al kilómetro 9 de la carretera y algunos miércoles va al mercadillo de Valverde del Fresno. Ahora cobra una pequeña paga de jubilación de 360 euros mensuales, medio obligado por el juzgado, porque para jubilarme me obligaron a pagar a la Seguridad Social todo lo que debía y me cobraban con recargo. Total, yo no quería pagar, pero tampoco cobrar, explica con naturalidad de ácrata. A nadie extraña que tío Alberto haya elegido para vivir las ruinas de este antiguo cortijo de campo, donde tengo el paisaje más bonito del mundo cuando me levanto cada día, dice.
La ciudad más grande que ha pisado es Ciudad Rodrigo. En el viaje invirtió varios días de caminata. Durante sus periplos nunca tuvo un mal encuentro con los lobos que merodean las frías noches de invierno en la sierra de Gata, aunque muchas veces durmió al raso y notó cercana su presencia. Les dejé porque el lobo es un animal que no ataca si tiene otro más fácil a mano, dice con tranquilidad tío Alberto, que odia a los perros sin que nadie sepa todavía la causa. Cuando se le pregunta qué recuerdos guarda de su niñez, se le iluminan los ojos azules y responde: Las historias que los viejos contaban alrededor de la hoguera, que están en las Escrituras y decían lo que había ocurrido desde el principio de los tiempos y lo que ocurrirá en el futuro. Ahí queda eso.
martes, 05 de diciembre de 2006 a las 12:13
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