Vllacreces, un lugar en el mundo.
Un saludo a todos los que os interesais por este lugar, hace algunos años que fuí invitado a un pueblo cercano, Villada, y tuve la oportunidad de conocer Villacreces, entonces aún quedaba un pastor que guardaba las ovejas, en las casas abandonadas de este pueblo, en estado de deterioro progresivo, se podían ver papeles, ropas, trastos que los últimos habitantes no quisieron llevar. Pero poco a poco el tiempo va haciendo retornar a la tierra las casas que con esta se constuyeron, el adobe se desace en un ciclo geologico breve y algunas casas apenas ya monticulos de barro que ocultan lo que en otro tiempo fueron. La torre de la iglesia aún se yergue sobre el cielo, dicen que desde lo alto se ve una estupenda vista de los montes Cantábricos, también tiene a las afueras una bonita fuente, rodeada de árboles, un oasis en la seca estepa Castellana. Que increible sería poder hacer que,Villacreces volviera otra vez a crecer.
martes, 06 de mayo de 2008 a las 0:38
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Villacreces, relejo de Castilla
En el vértice donde se juntan las provincias de León, Valladolid y Palencia, se encuentra el pueblo deshabitado de Villacreces. Hace más de 30 años que sus últimos habitantes dejaron de vivir en él. Ya sólo la torre de su iglesia y las ruinas, que en otro tiempo fueran casas habitadas, contemplan el paso del tiempo, mostrando al viajero uno de los ejemplos más representativos de lo que es el despoblamiento en Castilla, quizás reflejo del oscuro y cercano futuro que espera a gran parte de los pueblos de nuestra tierra.
Saliendo de la comarcal 611 a la altura de Villada, y a través de una destartalada carretera, cuya nomenclatura ha desaparecido hasta de los mapas viales, llegamos a lo que queda de Villacreces. La primera visión que se tiene del lugar es de una bella decadencia y sobre todo de una calma tal que resulta incluso inquietante, especialmente si se va al atardecer, momento en que el sol comienza a ocultarse tras la frágil torre, a través de cuyos vanos superiores se vislumbra una pesada campana que parece desafiar a la ley de la gravedad.
Resulta fácil imaginar como fue aquel pequeño pueblo; las calles aún marcan su fisonomía, separando a los lados las ruinosas casas de adobe, la mayoría de las cuales han comenzado a fusionarse con la tierra de cuyo barro nacieron, y son poco más que montículos de aspecto terroso. Tan sólo sigue tratando de mantener las apariencias una casa cuya fachada de ladrillo ha resistido mejor el paso del tiempo, lo que la permite mirar a las otras casas por encima del hombro, como quizás hicieran sus antiguos dueños, seguramente más acomodados.
Esta historia de abandono se remonta a 1970, año en que aún quedaban 11 familias habitando el lugar, con una población total de 25 habitantes. Después de esta fecha, nada; la crisis económica y los adelantos en maquinaria agraria de los 60 golpeó de lleno este pequeño y apartado pueblo. Todos sus habitantes tuvieron que emigrar a ciudades como Madrid o Gijón, siguiendo el ejemplo de los que antes se fueron, dejando atrás sus sueños, recuerdos, el legado de sus antepasados y la tierra a la que tan ligado se siente el que la trabaja.
Pero este, por desgracia, no es un ejemplo aislado o del pasado, sino un claro aviso de lo que está por venir a nuestros pueblos si no se hace nada por evitarlo. Hace ya siglos que Castilla perdió su esplendor y su bonanza económica, y con ella la de sus pueblos. Las crisis financieras y sobre todo los avances técnicos han llevado a que un solo hombre pueda trabajar las tierras que antes necesitaban de muchos brazos esforzándose de sol a sol. Por ello, esos campesinos, generalmente los braceros que menos tenían, comenzaron a verse obligados a abandonar sus tierras desde mediados del siglo XX, y buscar un nuevo futuro en las grandes y hacinadas ciudades industriales.
Así llegamos hasta nuestros días, en los que los pueblos castellanos, y especialmente de Tierra de Campos, no son ni una sombra de lo que fueron. Cada día que se deja caer una casa de adobe, que se hunde una bodega o que se abandona una tierra de cultivo perdemos una parte de nuestro pasado y por tanto de nuestra esencia. Pero ante esto sólo hay desidia, en primer lugar de los propios terracampinos, que asisten impasibles ante el abandono de lo suyo, y solo toman su tierra como propia durante una o dos semanas del verano en que van a celebrar las fiestas, conociendo sólo un espejismo de lo que en realidad son sus pueblos el resto del año. Y en segundo lugar la dejadez de las autoridades, encarnadas en las diputaciones provinciales y la Junta de Castilla y León, que ante el constante abandono de estos lugares miran a otro lado o incluso respiran aliviados al evitarse el tener que invertir en servicios e infraestructuras para lugares ocupados por un puñado de habitantes, la mayoría de los cuales son ya de avanzada edad. Pero, ¿qué ocurrirá cuando, en no muchos años, esos pocos habitantes ya no estén? ¿Quién recordará la historia de ese lugar?
Afortunadamente, no todo está perdido y, ante la dejación de los políticos, algunos amantes de su tierra han tomado cartas asunto para recuperar lo que consideran suyo. Es el caso de la asociación Villacreces Crece 2008, que con pocos medios, pero mucha ilusión y esperanza, han decidido recuperar los despoblados de Tierra de Campos. Para ello han escogido, como punto de partida, Villacreces, donde a través de eco-escuelas y rehabilitación de los edificios caídos, pretenden transmitir la idea de que aún no todo está perdido, y que estamos en el momento de tomar postura y recuperar nuestra herencia, porque si perdemos nuestro pasado seremos unas víctimas propiciatorias para la salvaje globalización, que desraiza a las distintas culturas en favor de una única cultura global, basada en intereses económicos.
Recuperar nuestro pasado, nuestra arquitectura, nuestras tradiciones&es más un deber inmediato que una opción a largo plazo, porque, si perdemos ese legado, en realidad lo que estamos perdiendo es nuestra esencia.
jueves, 27 de diciembre de 2007 a las 15:23
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Villacreces, relejo de Castilla
En el vértice donde se juntan las provincias de León, Valladolid y Palencia, se encuentra el pueblo deshabitado de Villacreces. Hace más de 30 años que sus últimos habitantes dejaron de vivir en él. Ya sólo la torre de su iglesia y las ruinas, que en otro tiempo fueran casas habitadas, contemplan el paso del tiempo, mostrando al viajero uno de los ejemplos más representativos de lo que es el despoblamiento en Castilla, quizás reflejo del oscuro y cercano futuro que espera a gran parte de los pueblos de nuestra tierra.
Saliendo de la comarcal 611 a la altura de Villada, y a través de una destartalada carretera, cuya nomenclatura ha desaparecido hasta de los mapas viales, llegamos a lo que queda de Villacreces. La primera visión que se tiene del lugar es de una bella decadencia y sobre todo de una calma tal que resulta incluso inquietante, especialmente si se va al atardecer, momento en que el sol comienza a ocultarse tras la frágil torre, a través de cuyos vanos superiores se vislumbra una pesada campana que parece desafiar a la ley de la gravedad.
Resulta fácil imaginar como fue aquel pequeño pueblo; las calles aún marcan su fisonomía, separando a los lados las ruinosas casas de adobe, la mayoría de las cuales han comenzado a fusionarse con la tierra de cuyo barro nacieron, y son poco más que montículos de aspecto terroso. Tan sólo sigue tratando de mantener las apariencias una casa cuya fachada de ladrillo ha resistido mejor el paso del tiempo, lo que la permite mirar a las otras casas por encima del hombro, como quizás hicieran sus antiguos dueños, seguramente más acomodados.
Esta historia de abandono se remonta a 1970, año en que aún quedaban 11 familias habitando el lugar, con una población total de 25 habitantes. Después de esta fecha, nada; la crisis económica y los adelantos en maquinaria agraria de los 60 golpeó de lleno este pequeño y apartado pueblo. Todos sus habitantes tuvieron que emigrar a ciudades como Madrid o Gijón, siguiendo el ejemplo de los que antes se fueron, dejando atrás sus sueños, recuerdos, el legado de sus antepasados y la tierra a la que tan ligado se siente el que la trabaja.
Pero este, por desgracia, no es un ejemplo aislado o del pasado, sino un claro aviso de lo que está por venir a nuestros pueblos si no se hace nada por evitarlo. Hace ya siglos que Castilla perdió su esplendor y su bonanza económica, y con ella la de sus pueblos. Las crisis financieras y sobre todo los avances técnicos han llevado a que un solo hombre pueda trabajar las tierras que antes necesitaban de muchos brazos esforzándose de sol a sol. Por ello, esos campesinos, generalmente los braceros que menos tenían, comenzaron a verse obligados a abandonar sus tierras desde mediados del siglo XX, y buscar un nuevo futuro en las grandes y hacinadas ciudades industriales.
Así llegamos hasta nuestros días, en los que los pueblos castellanos, y especialmente de Tierra de Campos, no son ni una sombra de lo que fueron. Cada día que se deja caer una casa de adobe, que se hunde una bodega o que se abandona una tierra de cultivo perdemos una parte de nuestro pasado y por tanto de nuestra esencia. Pero ante esto sólo hay desidia, en primer lugar de los propios terracampinos, que asisten impasibles ante el abandono de lo suyo, y solo toman su tierra como propia durante una o dos semanas del verano en que van a celebrar las fiestas, conociendo sólo un espejismo de lo que en realidad son sus pueblos el resto del año. Y en segundo lugar la dejadez de las autoridades, encarnadas en las diputaciones provinciales y la Junta de Castilla y León, que ante el constante abandono de estos lugares miran a otro lado o incluso respiran aliviados al evitarse el tener que invertir en servicios e infraestructuras para lugares ocupados por un puñado de habitantes, la mayoría de los cuales son ya de avanzada edad. Pero, ¿qué ocurrirá cuando, en no muchos años, esos pocos habitantes ya no estén? ¿Quién recordará la historia de ese lugar?
Afortunadamente, no todo está perdido y, ante la dejación de los políticos, algunos amantes de su tierra han tomado cartas asunto para recuperar lo que consideran suyo. Es el caso de la asociación Villacreces Crece 2008, que con pocos medios, pero mucha ilusión y esperanza, han decidido recuperar los despoblados de Tierra de Campos. Para ello han escogido, como punto de partida, Villacreces, donde a través de eco-escuelas y rehabilitación de los edificios caídos, pretenden transmitir la idea de que aún no todo está perdido, y que estamos en el momento de tomar postura y recuperar nuestra herencia, porque si perdemos nuestro pasado seremos unas víctimas propiciatorias para la salvaje globalización, que desraiza a las distintas culturas en favor de una única cultura global, basada en intereses económicos.
Recuperar nuestro pasado, nuestra arquitectura, nuestras tradiciones&es más un deber inmediato que una opción a largo plazo, porque, si perdemos ese legado, en realidad lo que estamos perdiendo es nuestra esencia.
jueves, 27 de diciembre de 2007 a las 14:48
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