Lugares Míticos
LUGARES MÍTICOS
Cada persona tiene un lugar mítico, un espacio para el recogimiento, la soledad y la búsqueda de sosiego. Cada cual posee el suyo propio. Son espacios sin caducidad y sin fecha de envasado, y a él pertenecen parte de los recuerdos y nostalgias, lo que fuimos, lo que somos y, quizá, lo que seremos. Lugares donde poder volver, pues siempre hay un lugar de vuelta para encontrarnos.
En mi caso uno de estos lugares míticos es la laguna de Pétrola. Situada a escasos veinte minutos de nuestra ciudad, es uno de esos territorios pertenecientes al pasado, aún partiendo del presente y proyectándose al futuro. Reducto de un mar interior en sus aguas no existe vida alguna, debido a la gran concentración de sales. Más parecido a un mini-Mar-Muerto las únicas señas de vida no parten del agua sino del cielo. La laguna recrea su vida a través de las aves que de manera periódica visitan sus aguas: ánades, garzas y garcetas, incluso flamencos. Es curioso encontrar un rincón así en la Mancha más levantina: unas aguas que recuerdan con nostalgia el mar y de fondo el rosáceo tono de los flamencos cual flota de bajura atracada. En ciertos atardeceres soleados esta estampa recuerda a lugares tan apartados de nosotros&
De ahí que cuando siendo pequeño imaginara ser un expedicionario en las lejanas tierras africanas. El sol azotaba mi imaginación e intentaba acercarme a esas aves tan exóticas y raras. Pero mi intento siempre quedaba obsoleto pues cuando lograba llegar al lugar que ocuparan los flamencos, éstos ocupaban el que yo había dejado apenas un momento. Y de esta forma, como si de un pilla-pilla se tratara o como Sísifo cargado con su piedra, pasaba las horas intentando acercarme a aquellas aves únicas en todo el paraje, pero mi intento siempre era en vano. He de confesar que, ya pasados los años, cuando regresan los flamencos y cuando yo también regreso de mi migración, cuando volvemos a encontrarnos, sigo intentando acercarme a ellos como cuando chico, pero ahora ya sé que por mucho que me de el sol no es África aquella estampa que ante mis ojos aparece, igual que, por desgracia, también sé otras muchas cosas.
Me encanta andar por los diversos caminos que cruzan parte de la laguna. Éstos dividen este mar interior en pequeñas balsas que hace años servían para la extracción del magnesio. Caminando por estas sendas castigadas por el salitre podemos observar el deterioro tanto de la antigua fábrica de sales como del entorno. El óxido se adueña de todo a cada paso. Bidones, cadenas, antiguas cintas de carga y gastadas ruedas se mezclan con zapatillas y telas que los bañistas abandonan sin ningún escrúpulo, quedando latente así otra imagen, la otra cara de la moneda.
Siempre corre el viento en este humedal, sumidero de aguas subterráneas y de superficie. En invierno o en verano nunca se detiene el aire, ni el agua interrumpe su vaivén contra las piedras y la orilla. El óxido se viste de ruina al visitar las antiguas instalaciones de la fábrica Industrias del Magnesio Santa Quiteria. Las dos naves donde se realizara el refinamiento del magnesio son hoy lugar de anidamiento para generaciones y generaciones de golondrinas (pues estas también regresan). En ruinas y con memoria desgastada recorremos las viejas casas que antaño construyeran para algunos operarios de la fábrica. Creo recordar que estas viviendas nunca llegaron a ser habitadas debido a embargos y a los primeros problemas que el dueño de la fábrica encontró con un grupo de ecologistas que consiguieron paralizar la extracción de sales para conseguir hacer de aquel espacio un parque de avifauna protegido. Hay quienes echan de menos la época en que alrededor de 50 personas trabajaban gracias a la extracción del magnesio. Yo mismo, aunque por un periodo de dos meses, llegué a extraer sal en un verano del que solo recuerdo el intenso calor que generaban las sales y el agua y el escozor cuando al picar la sal algún trozo se incrustaba en el ojo dejándote momentáneamente ciego. Estas sales, tras su refinamiento, eran utilizadas para la industria farmacológica y para la realización de abonos agrícolas.
Algo que siempre me ha llamado la atención es la gran empalizada que recorre uno de los frentes del humedal. Los mayores del lugar recuerdan haber visto siempre esos palos enhiestos. Éstos no son sino vigas procedentes de alguna vía férrea de comienzos del siglo XX. Allí continúan desde mi infancia y desde otras muchas infancias. Altos. Robustos. Firmes. Quizá esperen el último recorrido de algún tren o quizá, tras tantos años, hayan asumido su rol de viejos palos orgullosos de su robustez.
Pasan los años y todo permanece detenido. La construcción de un balneario de aguas termales ya hace décadas que es un rumor, que junto al viento, es parte del óxido y el cieno del lugar. Mientras la laguna continúa ensimismada, paciente, tranquila, esperando el regreso de tantos y tantos seres que una vez emigraron de su lado como las golondrinas y los flamencos y uno mismo.
PEDRO GASCÓN
dieci9lunasymedia@hotmail.com
sábado, 08 de septiembre de 2007 a las 19:55
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Entornos
En ésta pequeña localidad manchega, podremos encontrar la tranquilidad buscada. Además de poder bañarnos", de momento gratuitamente en sus Lagunas medicinales. Y finalmente, disfrutar de la amabulidad de las personas. Y como no, de un buen comer, beber y mejor trato, por los propietarios del Restaurante La Laguna (D. domingo y Dª. Adela).
sábado, 28 de febrero de 2004 a las 0:00
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