EL FERVOR A LA SANTA CRUZ, DE AHI SU NOMBRE
LAS CRUCES Y LOS ENRAMES DE LA CRUZ SANTA
Las Fiestas de Mayo tienen una especial celebración en el núcleo poblacional de La Cruz Santa, núcleo que lleva su nombre y que tiene un especial significado, pues según cuenta la historia local, sus comienzos parecen asociarse con una entrañable y romántica leyenda que narra el siguiente acontecimiento: discurría el año 1666, comienzo del mes de las flores en el Pago de Higa - antigua denominación de La Cruz Santa -, cuando un jinete de una hacienda cercana se disponía a cruzar el barranco que actualmente divide este núcleo con el limítrofe del municipio cercano, su caballo quedó totalmente frenado y se negaba a pasar a la otra orilla. El hacendado golpeó al animal y éste, en un acto de rebeldía, le tiró de su montura. La sorpresa del señor fue tal que, al recuperarse de la caída, vio que el caballo escarbaba, y entre piedras y arena, descubría una cruz.
El jinete, tras este hecho, mandó construir una capilla en el montículo denominado de la Suerte - con el que actualmente se sigue conociendo a este lugar y al barranco - y dejó emplazada allí la cruz encontrada. Así nació La Cruz Santa.
Pasaron algunos años y la devoción al Santo Madero dentro del pago iba creciendo cada vez más. Pero en el año 1713 dicha capilla desapareció a raíz de un gran aluvión, pudiendo ser rescatada no obstante la cruz. La gente de la zona decidió emplazar a otro lugar el maltrecho recinto, construyendo una ermita, que viene a ser la actual iglesia, cuya edificación necesitó piedras del citado barranco. Los propios fieles se comprometieron en transportarlas en carretas o animales de carga hasta el lugar destinado, donde ellos mismos la labraron para llevar a cabo todo el sistema de cantería. Este trabajo tardó 35 años en completarse.
Desde entonces, la devoción a la Santa Cruz sigue intacta en los corazones de los crusanteros, manifestado no solo en sus innumerables capillas levantadas al borde de las vías urbanas y caminos, sino también en buena parte de las viviendas que, al llegar el 3 de mayo, colaboran con la fiesta organizando espectaculares altares que ocupan la estancia más noble. Es un acontecimiento único que expresa la enraizada devoción a la Cruz de Cristo, materializada en aquella cruz encontrada por el legendario jinete que hoy se custodia celosamente en la parroquia de esta localidad, presidiendo el altar mayor.
Así pues, hay dos importantes manifestaciones de la plástica artística que tiene lugar durante los días festivos: las llamadas capillas de cruz y los altares o enrames organizados en muchas de las viviendas del lugar.
Las primeras son expresiones piadosas que las podemos encontrar en todas las capillas de Los Realejos, pues no hay una calle con referencia histórica que no cuente con uno - o dos - de estos pequeños recintos sacros. Sin embargo, las capillas de La Cruz Santa cobran una importancia especial ya que son las principales protagonistas de las fiestas, presumiendo de la mayor solera del municipio, algunas remontándose a la segunda mitad del siglo XIX.
En el pasado estas capillas tuvieron una destacada presencia en el recorrido urbano, pues las casas eran mas bien bajas, de una sola planta, con tramos de muros, huertas y vegetación. Las capillas se erguían con personalidad propia, emblemáticas, sacralizando todos los espacios. Ahora, la situación es bien distinta. El crecimiento descontrolado y la nula estética de las nuevas construcciones asfixian y aprietan las capillas, ecos de aquella entrañable leyenda del jinete. Son edificios de reducidas dimensiones, cuyo esquema constructivo se repite en todas ellas, salvo alguna que otra variedad compositiva centrada sobre todo en los remates. Su interior, de poca profundidad, cuenta con un altar escalonado de mampostería - ocasionalmente de madera -, en cuya cúspide aparece colocada la cruz, policromada o no, que al llegar la fiesta muestra su más valioso y artístico sudario. La techumbre suele ser bastante simple, generalmente a cuatro aguas, encalada, aunque a veces suele presentar resultados carpinteriles.
Próximo al día 3 de mayo, los vecinos proceden al adecentamiento de cada capilla, enjalbegándola y pintando sus puertas y otros elementos análogos. Luego, la selección de las flores, las velas, lámparas y tejidos. Y es aquí donde radica la labor artística. Se trata de un hecho que, si bien se apoya en la tradición, en los modelos y esquemas dejados por los antepasados, sigue siendo espontáneo, expresando ese gusto personal, delicado y altruista de los habitantes de La Cruz Santa, extensivo a todos Los Realejos.
Las capillas enramadas son auténticas obras de arte, de arte efímero, porque las flores son las que determinan el tiempo. Esas flores delicadamente elegidas según los tamaños y colores, formas y aromas, que decrecen a medida que avanzan hasta los pies de la misma cruz. Los damascos, los doseles que protegen la cruz de madera, los sudarios primorosamente bordados con temas eucarísticos y pasionales. Los búcaros de cristal o porcelana, las velas cubiertas por relieves en cera, los encajes, la alfombra y, especialmente, el perfume, inseparable ya del día 3 de mayo. La Cruz Santa se perfuma, se viste con sus mejores galas: las flores. La atmósfera aligera su peso con la fragancia desprendida de los miles de ramos que glorifican el símbolo del cristiano y de la civilización europea: la Cruz.
El otro apartado que hay tener muy en cuenta y tal vez el más original es, sin lugar a dudas, el altar o enrame que gran parte de las viviendas realizan en su interior y en los patios o entradas a las mismas.
No existe lugar o localidad en todo el archipiélago canario en el que se observe este acontecimiento tan peculiar, inherente a la historia de La Cruz Santa. A veces nos preguntamos sobre el origen de estas manifestaciones, de su desarrollo y modelos estéticos. La historia de La Cruz Santa, que forma parte de la historia de Los Realejos, nos podría iluminar para encontrar las razones de la festividad de la Cruz y de su enraizada devoción, pues no podemos olvidar las familias que se asentaron en estas tierras, junto al actual barranco de La Raya, límite con el municipio de La Orotava, encrucijada de caminos dentro de lo que se llamó Higa. Asentamiento que hizo posible el nacimiento de La Cartaya y de las llamadas La Punta y Punta del Muro. Aquellos primitivos habitantes, procedentes de distintas regiones españolas y europeas, trajeron sus costumbres, sus hábitos, sus tradiciones que con el tiempo tomaron nueva realidad aquí, todo ello canalizado en gran medida por la actuación de las órdenes religiosas establecidas en Los Realejos, especialmente la franciscana, gran propulsora del culto a la Pasión de Cristo y a su Cruz. El color y el ímpetu del arte andaluz - y del arte hispano, en general - se deja notar en todas estas manifestaciones domésticas, pero no podemos ignorar la intervención tan valiosa y determinante de la población portuguesa afincada en estas tierras, poco estudiada por los investigadores locales, cuya impronta cultural se deja sentir en muchas de nuestras manifestaciones sociales y artísticas. Por eso, no ponemos en duda el reflejo de las costumbres portuguesas en estos exponentes populares, sin perder de vista otras influencias.
Los altares domésticos es una tradición muy antigua, cuentan los cronistas locales. Es una manera original de hacer fiesta, pues ya no son las calles, las plazas o los espacios públicos los dominios naturales, sino también las casas, los patios, las entradas, los rincones. La fiesta lo llena todo. Cada familia abre las puertas y ventanas de su casa para la fiesta, para invitar a todos al disfrute de la misma, al goce amoroso y estético de la Cruz, de las flores, de los enrames. Al pasear por las calles el día 3 de mayo, o bien la víspera por la tarde, mientras nos extasiamos contemplando las capillas de cruz, debemos estar atentos a las fachadas de las casas, a las ventanas de la planta baja, pues nos sorprenden con bellos y no menos excelentes espectáculos florales.
Frente a la ventana abierta de par en par, la estancia noble se ha convertido en una capilla más. La familia ha derramado en ella todo su saber, su gusto, su educación y conocimientos artísticos, a parte de todo el cariño hacia el Santo Madero que aquí adquiere un tamaño realmente pequeño, algunas de ellas diminutas, perdidas en medio de tantas flores. En general, las paredes de la estancia se cubren con damascos o tejidos similares; al fondo, el altar escalonado con la cruz que porta el sudario, bajo el reducido dosel. Un nutrido enjambre de flores cubre todo el escalonamiento, a manera de pirámide. Han sido elegidas para esta ocasión teniendo en cuenta las dimensiones tanto de la referida estancia como de la propia cruz. Las flores más pequeñas se sitúan en la parte superior y, a medida que se desciende, crecen en tamaño, manteniendo así una acertada perspectiva visual. No hay brusquedad en la distribución de los colores y tipos de flores; la armonía y el equilibrio son las notas más características. Se completa todo el enrame con diversos ramos que jalonan todo el conjunto; las alfombras, los objetos se plata, alguna que otra imagen y un sinfín de velas que surgen como flechas de entre las flores, todas ellas encendidas. Y, como siempre, el perfume.
Este mismo altar, pero de una manera más simple, lo encontramos en los patios y en las entradas y, a veces, en cualquier rincón de la vivienda, manteniendo siempre la belleza y fragancia que tanto definen a esta singular expresión artística.
Y no pueden faltar otros altares que nos sorprenden por sus cortas dimensiones, pero igualmente curiosos. Nos referimos a los confeccionados por los niños, que reproducen graciosamente el esquema ya establecido. Se levantan en cualquier esquina o rincón del patio. Son estos niños los futuros responsables de mantener viva esta entrañable y valiosa tradición.
Sin embargo, hay otras expresiones de enrames, que dentro de su modestia y popularidad decorativas, son también fundamentales para comprender la festividad del 3 de mayo. Son esas cruces adosadas a las fachadas de las viviendas, a las hincadas en viejas encrucijadas de caminos, a las que rematan algún elemento arquitectónico como, por ejemplo, las portadas o entradas a las fincas o zonas ajardinadas, etc. Aquí, es el ramo, la corona de flores, sujetos a la cruz. Otras veces, si las condiciones lo permiten, podemos encontrar un improvisado altar apoyado a la pared con su respectiva decoración floral. Y siempre, el perfume.
Pero el centro y la razón de la fiesta se hallan en la parroquia que lleva el nombre de la Santa Cruz. Es la parroquia del lugar que acoge aquella vieja cruz de madera encontrada por el jinete. Una cruz que tiene como protección otra cruz, tratándose de un verdadero estuche que preserva esta inestimable herencia histórica y cristiana. Al fondo del templo, a los pies del presbiterio, se yergue sobre un exquisito trono adornado por espectaculares ramos, fanales y elementos litúrgicos. De sus brazos pende el sudario de notable mérito artístico.
Y con mirada retrospectiva, las fiestas del 3 de mayo en La Cruz Santa tuvieron su identidad propia, gracias a las informaciones ofrecidas por cronistas y escritores locales. Es la otra faceta que completa la celebración: lo social, lo lúdico. Así, los preparativos de las mismas y de la feria de ganado, que tenían lugar durante aquellos días, comenzaban desde finales del mes de abril cuando se cogía la hierba que iba a servir de alimento al ganado en el tiempo festivo. También se reco¬gían flores silvestres y de jardín para empe¬zar con el enrame de las capillas, al tiempo que se preparaban postres para degustar entre los vecinos.
Luego se llevaba el ganado a la zona conocida como el Lomo la Era para hacer los tratos o ventas entre los ganaderos. Estas negociaciones eran de lo más elocuentes, cambiando un animal por otro, a no ser que encontraran al¬guna diferencia, caso en el que se añadía una cabra, trigo, millo, centeno o la misma hierba seca, hasta que ambas partes se pusieran de acuerdo. Ya a media tarde, se iban todos al camino de las dos Puntas y se hacían las clá¬sicas carreras de burros, mulas y caballos. Era muy grande la concurrencia de las gen¬tes de otros pagos. Las apuestas eran fuer¬tes y siempre sobre los mismos caballos participantes. El que perdía tenía que pagar o dar a cambio terreno. Finalizada la tarde, los labriegos volvían a sus casas y hacían lo que se conocía como el descanso de la hol¬gazanería, que consistía en reposar hasta que las celebraciones acababan dos días después.
El día dos por la tarde se reunían las diferen¬tes familias en la capilla del Lomo la Era y se daba comienzo a la matazón, la matanza de los animales para la comida del día y del año, pues la carne se sa¬laba y se repartía. Cada familia la guardaba para los meses siguientes. Se cocinaban potajes de co¬les y se compartían con todas las familias, acompañando los platos con carne de cochino y gofio amasado. También se sacaban los mejores vinos con los que los participantes competían.
Acabada la cena, se ofrecían los postres preparados en las cestas de caña y comenzaban a visitar las cruces parándose en cada una de las casas para contemplar los enrames, hasta que llegaban a la capilla más cer¬cana a sus casas, momento el que se degustaban los pos¬tres: rolón, tortas de millo y de queso, dulces de frutas, de frutos secos, etc.
Cuando la fiesta comenzaba se elegían a los alcaldes de capillas, que eran los representantes de cada zona y que eran, a su vez, los representantes de las familias propietarias de las mismas. Ese día por la noche, después de la cena, éstos se reunían y elegían al Siño entre ellos, que venía a ser el verdade¬ro alcalde de las fiestas y el representante de todos los demás.
Terminadas las visitas, degustados los postres y elegido el Siño, se hacían los bailes en la plaza de la ermita (hoy parroquia), y los padres de los jóvenes, conociendo las preferencias de sus hijos, convenían parejas para celebrar las bodas en fechas venideras. Bien entrada la madrugada, los compromisos estaban ya pactados, proponiéndose al Siño los nuevos novios para que les diera su bendición. En este pacto se daba a conocer la dote que acompañaría a la futura unión que, por parte de la mujer, solía ser casa y terreno y, por la del hombre, animales y terreno para compensar.
En la mañana del día tres se daban a conocer los ganadores del mejor vino obtenido en la cosecha del año. Después, se iniciaba la solemne procesión de la venerada Cruz que recorría toda la calle Real hasta alcanzar prácticamente todo el pago.
Ya los acontecimientos sociales y lúdicos han cambiado, pues los nuevos tiempos así lo exigen, sin embargo, la cruz, las capillas, y sus famosos y conocidos enrames continúan firmes, invariables, superando toda adversidad. Es uno de los más bellos legados históricos ofrecidos por La Cruz Santa a nuestro patrimonio artístico y etnográfico.
lunes, 08 de octubre de 2007 a las 11:42
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soy crusantera y como dice manolo páez , también de pura sepa, como la viña, jajaja, a continuación una de las muchas cosas que hacemos,2y3 d mayo
LAS CRUCES Y LOS ENRAMES DE LA CRUZ SANTA
Las Fiestas de Mayo tienen una especial celebración en el núcleo poblacional de La Cruz Santa, núcleo que lleva su nombre y que tiene un especial significado, pues según cuenta la historia local, sus comienzos parecen asociarse con una entrañable y romántica leyenda que narra el siguiente acontecimiento: discurría el año 1666, comienzo del mes de las flores en el Pago de Higa - antigua denominación de La Cruz Santa -, cuando un jinete de una hacienda cercana se disponía a cruzar el barranco que actualmente divide este núcleo con el limítrofe del municipio cercano, su caballo quedó totalmente frenado y se negaba a pasar a la otra orilla. El hacendado golpeó al animal y éste, en un acto de rebeldía, le tiró de su montura. La sorpresa del señor fue tal que, al recuperarse de la caída, vio que el caballo escarbaba, y entre piedras y arena, descubría una cruz.
El jinete, tras este hecho, mandó construir una capilla en el montículo denominado de la Suerte - con el que actualmente se sigue conociendo a este lugar y al barranco - y dejó emplazada allí la cruz encontrada. Así nació La Cruz Santa.
Pasaron algunos años y la devoción al Santo Madero dentro del pago iba creciendo cada vez más. Pero en el año 1713 dicha capilla desapareció a raíz de un gran aluvión, pudiendo ser rescatada no obstante la cruz. La gente de la zona decidió emplazar a otro lugar el maltrecho recinto, construyendo una ermita, que viene a ser la actual iglesia, cuya edificación necesitó piedras del citado barranco. Los propios fieles se comprometieron en transportarlas en carretas o animales de carga hasta el lugar destinado, donde ellos mismos la labraron para llevar a cabo todo el sistema de cantería. Este trabajo tardó 35 años en completarse.
Desde entonces, la devoción a la Santa Cruz sigue intacta en los corazones de los crusanteros, manifestado no solo en sus innumerables capillas levantadas al borde de las vías urbanas y caminos, sino también en buena parte de las viviendas que, al llegar el 3 de mayo, colaboran con la fiesta organizando espectaculares altares que ocupan la estancia más noble. Es un acontecimiento único que expresa la enraizada devoción a la Cruz de Cristo, materializada en aquella cruz encontrada por el legendario jinete que hoy se custodia celosamente en la parroquia de esta localidad, presidiendo el altar mayor.
Así pues, hay dos importantes manifestaciones de la plástica artística que tiene lugar durante los días festivos: las llamadas capillas de cruz y los altares o enrames organizados en muchas de las viviendas del lugar.
Las primeras son expresiones piadosas que las podemos encontrar en todas las capillas de Los Realejos, pues no hay una calle con referencia histórica que no cuente con uno - o dos - de estos pequeños recintos sacros. Sin embargo, las capillas de La Cruz Santa cobran una importancia especial ya que son las principales protagonistas de las fiestas, presumiendo de la mayor solera del municipio, algunas remontándose a la segunda mitad del siglo XIX.
En el pasado estas capillas tuvieron una destacada presencia en el recorrido urbano, pues las casas eran mas bien bajas, de una sola planta, con tramos de muros, huertas y vegetación. Las capillas se erguían con personalidad propia, emblemáticas, sacralizando todos los espacios. Ahora, la situación es bien distinta. El crecimiento descontrolado y la nula estética de las nuevas construcciones asfixian y aprietan las capillas, ecos de aquella entrañable leyenda del jinete. Son edificios de reducidas dimensiones, cuyo esquema constructivo se repite en todas ellas, salvo alguna que otra variedad compositiva centrada sobre todo en los remates. Su interior, de poca profundidad, cuenta con un altar escalonado de mampostería - ocasionalmente de madera -, en cuya cúspide aparece colocada la cruz, policromada o no, que al llegar la fiesta muestra su más valioso y artístico sudario. La techumbre suele ser bastante simple, generalmente a cuatro aguas, encalada, aunque a veces suele presentar resultados carpinteriles.
Próximo al día 3 de mayo, los vecinos proceden al adecentamiento de cada capilla, enjalbegándola y pintando sus puertas y otros elementos análogos. Luego, la selección de las flores, las velas, lámparas y tejidos. Y es aquí donde radica la labor artística. Se trata de un hecho que, si bien se apoya en la tradición, en los modelos y esquemas dejados por los antepasados, sigue siendo espontáneo, expresando ese gusto personal, delicado y altruista de los habitantes de La Cruz Santa, extensivo a todos Los Realejos.
Las capillas enramadas son auténticas obras de arte, de arte efímero, porque las flores son las que determinan el tiempo. Esas flores delicadamente elegidas según los tamaños y colores, formas y aromas, que decrecen a medida que avanzan hasta los pies de la misma cruz. Los damascos, los doseles que protegen la cruz de madera, los sudarios primorosamente bordados con temas eucarísticos y pasionales. Los búcaros de cristal o porcelana, las velas cubiertas por relieves en cera, los encajes, la alfombra y, especialmente, el perfume, inseparable ya del día 3 de mayo. La Cruz Santa se perfuma, se viste con sus mejores galas: las flores. La atmósfera aligera su peso con la fragancia desprendida de los miles de ramos que glorifican el símbolo del cristiano y de la civilización europea: la Cruz.
El otro apartado que hay tener muy en cuenta y tal vez el más original es, sin lugar a dudas, el altar o enrame que gran parte de las viviendas realizan en su interior y en los patios o entradas a las mismas.
No existe lugar o localidad en todo el archipiélago canario en el que se observe este acontecimiento tan peculiar, inherente a la historia de La Cruz Santa. A veces nos preguntamos sobre el origen de estas manifestaciones, de su desarrollo y modelos estéticos. La historia de La Cruz Santa, que forma parte de la historia de Los Realejos, nos podría iluminar para encontrar las razones de la festividad de la Cruz y de su enraizada devoción, pues no podemos olvidar las familias que se asentaron en estas tierras, junto al actual barranco de La Raya, límite con el municipio de La Orotava, encrucijada de caminos dentro de lo que se llamó Higa. Asentamiento que hizo posible el nacimiento de La Cartaya y de las llamadas La Punta y Punta del Muro. Aquellos primitivos habitantes, procedentes de distintas regiones españolas y europeas, trajeron sus costumbres, sus hábitos, sus tradiciones que con el tiempo tomaron nueva realidad aquí, todo ello canalizado en gran medida por la actuación de las órdenes religiosas establecidas en Los Realejos, especialmente la franciscana, gran propulsora del culto a la Pasión de Cristo y a su Cruz. El color y el ímpetu del arte andaluz - y del arte hispano, en general - se deja notar en todas estas manifestaciones domésticas, pero no podemos ignorar la intervención tan valiosa y determinante de la población portuguesa afincada en estas tierras, poco estudiada por los investigadores locales, cuya impronta cultural se deja sentir en muchas de nuestras manifestaciones sociales y artísticas. Por eso, no ponemos en duda el reflejo de las costumbres portuguesas en estos exponentes populares, sin perder de vista otras influencias.
Los altares domésticos es una tradición muy antigua, cuentan los cronistas locales. Es una manera original de hacer fiesta, pues ya no son las calles, las plazas o los espacios públicos los dominios naturales, sino también las casas, los patios, las entradas, los rincones. La fiesta lo llena todo. Cada familia abre las puertas y ventanas de su casa para la fiesta, para invitar a todos al disfrute de la misma, al goce amoroso y estético de la Cruz, de las flores, de los enrames. Al pasear por las calles el día 3 de mayo, o bien la víspera por la tarde, mientras nos extasiamos contemplando las capillas de cruz, debemos estar atentos a las fachadas de las casas, a las ventanas de la planta baja, pues nos sorprenden con bellos y no menos excelentes espectáculos florales.
Frente a la ventana abierta de par en par, la estancia noble se ha convertido en una capilla más. La familia ha derramado en ella todo su saber, su gusto, su educación y conocimientos artísticos, a parte de todo el cariño hacia el Santo Madero que aquí adquiere un tamaño realmente pequeño, algunas de ellas diminutas, perdidas en medio de tantas flores. En general, las paredes de la estancia se cubren con damascos o tejidos similares; al fondo, el altar escalonado con la cruz que porta el sudario, bajo el reducido dosel. Un nutrido enjambre de flores cubre todo el escalonamiento, a manera de pirámide. Han sido elegidas para esta ocasión teniendo en cuenta las dimensiones tanto de la referida estancia como de la propia cruz. Las flores más pequeñas se sitúan en la parte superior y, a medida que se desciende, crecen en tamaño, manteniendo así una acertada perspectiva visual. No hay brusquedad en la distribución de los colores y tipos de flores; la armonía y el equilibrio son las notas más características. Se completa todo el enrame con diversos ramos que jalonan todo el conjunto; las alfombras, los objetos se plata, alguna que otra imagen y un sinfín de velas que surgen como flechas de entre las flores, todas ellas encendidas. Y, como siempre, el perfume.
Este mismo altar, pero de una manera más simple, lo encontramos en los patios y en las entradas y, a veces, en cualquier rincón de la vivienda, manteniendo siempre la belleza y fragancia que tanto definen a esta singular expresión artística.
Y no pueden faltar otros altares que nos sorprenden por sus cortas dimensiones, pero igualmente curiosos. Nos referimos a los confeccionados por los niños, que reproducen graciosamente el esquema ya establecido. Se levantan en cualquier esquina o rincón del patio. Son estos niños los futuros responsables de mantener viva esta entrañable y valiosa tradición.
Sin embargo, hay otras expresiones de enrames, que dentro de su modestia y popularidad decorativas, son también fundamentales para comprender la festividad del 3 de mayo. Son esas cruces adosadas a las fachadas de las viviendas, a las hincadas en viejas encrucijadas de caminos, a las que rematan algún elemento arquitectónico como, por ejemplo, las portadas o entradas a las fincas o zonas ajardinadas, etc. Aquí, es el ramo, la corona de flores, sujetos a la cruz. Otras veces, si las condiciones lo permiten, podemos encontrar un improvisado altar apoyado a la pared con su respectiva decoración floral. Y siempre, el perfume.
Pero el centro y la razón de la fiesta se hallan en la parroquia que lleva el nombre de la Santa Cruz. Es la parroquia del lugar que acoge aquella vieja cruz de madera encontrada por el jinete. Una cruz que tiene como protección otra cruz, tratándose de un verdadero estuche que preserva esta inestimable herencia histórica y cristiana. Al fondo del templo, a los pies del presbiterio, se yergue sobre un exquisito trono adornado por espectaculares ramos, fanales y elementos litúrgicos. De sus brazos pende el sudario de notable mérito artístico.
Y con mirada retrospectiva, las fiestas del 3 de mayo en La Cruz Santa tuvieron su identidad propia, gracias a las informaciones ofrecidas por cronistas y escritores locales. Es la otra faceta que completa la celebración: lo social, lo lúdico. Así, los preparativos de las mismas y de la feria de ganado, que tenían lugar durante aquellos días, comenzaban desde finales del mes de abril cuando se cogía la hierba que iba a servir de alimento al ganado en el tiempo festivo. También se reco¬gían flores silvestres y de jardín para empe¬zar con el enrame de las capillas, al tiempo que se preparaban postres para degustar entre los vecinos.
Luego se llevaba el ganado a la zona conocida como el Lomo la Era para hacer los tratos o ventas entre los ganaderos. Estas negociaciones eran de lo más elocuentes, cambiando un animal por otro, a no ser que encontraran al¬guna diferencia, caso en el que se añadía una cabra, trigo, millo, centeno o la misma hierba seca, hasta que ambas partes se pusieran de acuerdo. Ya a media tarde, se iban todos al camino de las dos Puntas y se hacían las clá¬sicas carreras de burros, mulas y caballos. Era muy grande la concurrencia de las gen¬tes de otros pagos. Las apuestas eran fuer¬tes y siempre sobre los mismos caballos participantes. El que perdía tenía que pagar o dar a cambio terreno. Finalizada la tarde, los labriegos volvían a sus casas y hacían lo que se conocía como el descanso de la hol¬gazanería, que consistía en reposar hasta que las celebraciones acababan dos días después.
El día dos por la tarde se reunían las diferen¬tes familias en la capilla del Lomo la Era y se daba comienzo a la matazón, la matanza de los animales para la comida del día y del año, pues la carne se sa¬laba y se repartía. Cada familia la guardaba para los meses siguientes. Se cocinaban potajes de co¬les y se compartían con todas las familias, acompañando los platos con carne de cochino y gofio amasado. También se sacaban los mejores vinos con los que los participantes competían.
Acabada la cena, se ofrecían los postres preparados en las cestas de caña y comenzaban a visitar las cruces parándose en cada una de las casas para contemplar los enrames, hasta que llegaban a la capilla más cer¬cana a sus casas, momento el que se degustaban los pos¬tres: rolón, tortas de millo y de queso, dulces de frutas, de frutos secos, etc.
Cuando la fiesta comenzaba se elegían a los alcaldes de capillas, que eran los representantes de cada zona y que eran, a su vez, los representantes de las familias propietarias de las mismas. Ese día por la noche, después de la cena, éstos se reunían y elegían al Siño entre ellos, que venía a ser el verdade¬ro alcalde de las fiestas y el representante de todos los demás.
Terminadas las visitas, degustados los postres y elegido el Siño, se hacían los bailes en la plaza de la ermita (hoy parroquia), y los padres de los jóvenes, conociendo las preferencias de sus hijos, convenían parejas para celebrar las bodas en fechas venideras. Bien entrada la madrugada, los compromisos estaban ya pactados, proponiéndose al Siño los nuevos novios para que les diera su bendición. En este pacto se daba a conocer la dote que acompañaría a la futura unión que, por parte de la mujer, solía ser casa y terreno y, por la del hombre, animales y terreno para compensar.
En la mañana del día tres se daban a conocer los ganadores del mejor vino obtenido en la cosecha del año. Después, se iniciaba la solemne procesión de la venerada Cruz que recorría toda la calle Real hasta alcanzar prácticamente todo el pago.
Ya los acontecimientos sociales y lúdicos han cambiado, pues los nuevos tiempos así lo exigen, sin embargo, la cruz, las capillas, y sus famosos y conocidos enrames continúan firmes, invariables, superando toda adversidad. Es uno de los más bellos legados históricos ofrecidos por La Cruz Santa a nuestro patrimonio artístico y etnográfico.
Créditos. © Portal de información de turismo de la Villa de Los Realejos - Tenerife
sábado, 06 de octubre de 2007 a las 17:23
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